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Nos partieron en dos y luego en mil cachitos

Actualizado: 2 ago 2023

Primero nos partieron en dos con la modernidad y las ideas cartesianas cuando el cuerpo fue separado y subordinado a la mente. Luego nos partieron en mil cachitos en la era de la hiperespecialización con mil especialidades queriéndonos dar respuestas focalizadas, simplistas y reduccionistas a los problemas que enfrentamos como humanidad, donde se nubla la interconexión, lo particular en relación a lo global, y en pocas palabras, se nubla la complejidad de lo humano.


En el campo de la salud y muy particularmente en el de la salud mental, esto es especialmente dramático, pues ahí vamos por el mundo sintiendo la fragmentación sin alcanzar a nombrarla, tratando de sostenernos a pedazos sueltos, “inconexos” y rebotando contra distintas “verdades” aisladas, a veces tan contradictorias, que parece que compiten entre sí. Lo mismo puede opinar sobre nuestro cuerpo y pretender “explicar” nuestra vida la gastroenterología, como la dermatología, la otorrinolaringología, la psiquiatría, la psicología o cualquier ciencia médica. Una lógica que lo único que hace es fragmentarnos más y alejarnos de la posibilidad de tomar el bienestar en nuestras manos.


Lo viví hace no tanto cuando mi mamá convivía con el cáncer de mama. Los médicos se dedicaban sólo a ver células e imágenes aisladas, a leer marcadores y a escribir nombres de medicamentos y dosis. Nunca la miraron a los ojos, nunca le preguntaron cómo se sentía, nunca indagaron cómo estaba su red de apoyo para vivir lo que estaba viviendo, nunca indagaron por los efectos de los tratamientos en sus articulaciones o en la piel. Por fortuna mi madre tiene una increíble capacidad de darle la vuelta a las cosas y me regaló varios aprendizajes que aún no logro nombrar, pero que sé que me acompañarán toda la vida. Así, no sin tropezones y raspones, una va aprendiendo en las salas de espera de oncología que se convierten en espacios de encuentro contrastante, donde las mujeres muestran un generoso deseo de compartir lo que han ido descubriendo en el camino de la enfermedad y la burocracia, cuando te ven novata. Esas son algunas de las bellas historias de resistencia en medio de esa trama de hiperespecialización que nos robó la posibilidad de mirar al ser humano en su integralidad y entender que la salud va más allá de lo que reflejan las hojitas del laboratorio.


Esto sucedió de manera increíblemente sincronizada con la pandemia (a veces la vida te desafía de maneras muy “curiosas”); sumado a movimientos en relaciones importantes de mi vida; más la cercanía a los 45 años con un cuerpo preparándose para los siguientes cambios y una convivencia añeja con el hipertiroidismo: ¡el coctel perfecto! De manera sigilosa y silenciosa llegaron sensaciones desconocidas que se instalaron en mi de manera tan astuta y paulatina que no me di cuenta de su presencia… hasta que me di cuenta cuando un día al mirarme al espejo desconocí mi mirada y el color de mi rostro.


Primero había llegado la necesidad de estar sola, luego el cansancio con una sensación de funcionar con la batería a menos de la mitad, el abandono inconsciente de espacios importantes, el insomnio a ratos, espaciados golpes de cortisol nocturnos que sin razón me dejaban con ganas de salir corriendo, colon inflamado, irritabilidad, y lo más doloroso: sentirme ajena a mi mundo y a mi gente, sentir como si los hilos que conectan mi corazón con el de otros eran frágiles o inexistentes, sentirme incapaz de estudiar (¡Mi gran pasión!), incapaz de tomar sencillas decisiones que antes ni pensaba o de llevar a la acción -como antes- aquello que imaginaba deseable. ¿Increíble? Sí, a las terapeutas también nos visitan la sombra de la ansiedad y la depresión… sí, también nos sucede que nos toman desprevenidas y que nos tardemos -o resistamos- en darnos cuenta.


Yoga, caminatas vespertinas, ejercicio matutino, jardinería, elaboración de conservas, collage, manualidades para mi casa, infusiones de todas las hierbas relajantes, CBD, meditación… Me sostuvieron y agradezco que lo hayan hecho y se hayan instalado en mi vida enriqueciendo una parte no explorada antes. Pero las sombras no se iban del todo, a veces se ausentaban por momentos, a veces se achicaban, a veces solo acechaban… pero ahí seguían, discretas y perseverantes. Tuve acompañamiento terapéutico de mujeres que admiro, de mi familia, de amigas, amigos y de mi pareja que -quizá sin saberlo- también me sostuvieron y colaboraron en que esas sombras se ahuyentaran a ratos. Todo esto ayudó (¡y qué bueno!) a que las sombras no se apoderaran de mí y yo pudiera “seguir” mi vida. Pero ellas continuaban, haciendo gala de su astuto silencio para que nadie nos diéramos cuenta. Hasta que un día, en medio de una mudanza pausé todos mis sostenes y fue entonces cuando las tímidas y acechantes sombras tomaron fuerza, tamaño y espesor: pude verlas con claridad y supe que ya no era cuestión de más “echaleganismo”/sobreponerme/intentar, sino que era cuestión de mi cerebro, de química cerebral y de resintonizarla con ayuda de un medicamento.


Volví a ser yo, grata aunque shockeante experiencia: creerme libre de prejuicio frente al medicamento al tiempo que me sorprendía su efecto y reconocía a mi cuerpo en su evidente materialidad. Fue en ese momento en que sentí que pude conectar los pedacitos sueltos de mí y el discurso que ya “abrazaba” sobre la crítica a la hiperespecialización y a la fragmentación moderna de la ciencia, tomó un profundo sentido en la experiencia vivida. Me extrañé y lamenté las muchas veces que no pasó por mi mente invitar a la psiquiatría a colaborar con mi proceso o el proceso de alguien más. Hay razones históricas para que eso sucediera así, que son motivo de otro escrito. Por el momento, puedo decir que la única manera de oponerme activamente a esa fragmentación impuesta es dar paso a la profunda necesidad que hoy tengo de mover mi mirada a una visión realmente integral y desafiar mi práctica para entrar a un camino de conexión, intercomunicación, contextualización y diálogo entre sistemas, saberes, órganos y experiencias que reconozcan la complejidad humana y que el bienestar se encuentra justo ahí: en la compleja interrelación y no en la fragmentación. Es un camino, a ver qué me voy encontrando en él… ya les iré contando.


(gracias a mi psiquiatra que, con humanismo y mirándome a los ojos, me ha acompañado)

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