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Las marcas de mi cuerpo

  • Foto del escritor: Roberta
    Roberta
  • 2 jul
  • 2 Min. de lectura
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Hace unos días platicaba con una compañera sobre cómo nos sentimos con nuestro cuerpo y sus cambios en la vida. Ella me comentaba que justo cuando dejaba de perseguirse, lograba sentirse mejor en él y era mucho más fácil habitar las tensiones cotidianas. Y sí, me pasa así también...  Aunque hay veces que no lo logro del todo y ganan volumen las voces fiscalizadoras de la belleza hegemónica: es un diálogo a veces amable y otras más una pelea a gritos.


Al final me quedé pensando en mi cuerpo, sus lenguajes y formas de hacerme saber que esta aquí, conmigo, acompañándome. Siendo ese testigo no neutral ni indiferente a mi vida. Caí en cuenta que resulta injusto solo recriminarle los cambios inesperados o indeseables (¿según quien?) y no mirar el camino que recorre soteniéndome, otorgándome conexión con el mundo, sensaciones, posibilidades de descubrimiento, aprendizaje y de experienciar la vida en todas sus dimensiones y tonalidades; no mirar los esfuerzos que hacen todas mis células por sanarme cuando lo he necesitado; o no reconocer que sus cambios no solo son parte de la vida, sino que en cada transformación se guarda una parte de mi historia.


Lo pienso como esa técnica japonesa kintsugi que cuando  una pieza de cerámica se fractura, se repara usando un barniz de resina mezclada con polvo de oro como una forma de resaltar esa grieta y por tanto honrar su transformación. De manera que esa pieza llena de líneas doradas da muestra de su historia y unicidad: su belleza radica en hacer evidente el paso del tiempo con todas sus vicisitudes.


¿Qué pasaría si miráramos los cambios de nuestro cuerpo y sus marcas como huellas de nuestras historias que nos hacen únicas? ¿Si las canas las viéramos como los hilos del paso del tiempo que tejen nuestra historia llena de experiencias y Experiencia? ¿Si viviéramos las arrugas de la piel como grietas por donde se cuelan emociones históricas? ¿Si reconociéramos el engrosamiento del cuerpo como capas que resguardan momentos vitales de nuestra vida?  


Quizá podríamos bajarle el volumen a los ecos vociferantes que nos maltratan al exigirnos una perfección inalcanzable. Quizá aparecerían con mayor fuerza las historias que nos dan sustancia y referencia: las  risas entrañables, los llantos por las pérdidas y las alegrías, los enojos que respondían a una transgresión, la sorpresa por la vida, los miedos que nos replegaron. Las decisiones tomadas en contexto, atravesar una depresión, cuidar de alguien amadx, conocer una nueva ciudad, migrar, mudarse, iniciar un nuevo proyecto y un inmenso etcétera. Quizá algo pasaría si ilumináramos esas y otras marcas que nos transformaron profundamente... y darnos cuenta que con todo eso  seguimos aquí... en ese cuerpo vivo... en la vida.

 

 
 
 

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